Una amiga me escribió hace algún tiempo este email:
«Encontré una forma de amor incondicional, racional y me aventuro a decir científico muy, muy material y a la vez muy, muy filosófico. Te cuento: el cuerpo, está formado por miles de millones de células de distinto tipo; cada una de ellas, experta en hacer su trabajo y realizar su función vital. Esas células permaneces con cada uno/a, durante toda la vida, pero no son las células originales, son las hijas, de las hijas…, de las primeras células. Así durante generaciones y generaciones de nuevas células que nacen y mueren en cada cuerpo humano.
Si yo considero cada una de «mis» células como un ser vivo, con su propia finalidad, sus propias intenciones y metas en la vida, ¿qué hacen tanto tiempo juntas todas «mis» células? Están conmigo cuando respiro, cuando estoy despierta, y cuando estoy dormida. Obviamente me deben querer mucho. muchísimo, cuando no se van a vivir su propia vida en otro sitio. Eso tiene que ser amor incondicional. Porque nunca me exigen cosa alguna. Sólo están aquí, conmigo, durante generaciones y generaciones. mirándolo así es un completo milagro, sobre todo con la cantidad de perrerías que les hago. Jajajajajajajajajajajajajaja.
Pues imagínate que todo esto lo pienso a nivel molecular, o a nivel atómico, más pequeño todavía. Se te va la olla de los millones y miles de millones de átomos que están contigo durante toda la vida, aunque esta durase sólo unos segundos».
Entonces pensé hacia lo grande, lo cósmico e infinito. Si mis células están siempre aquí conmigo, y yo me encargo de comer, dormir, cuidarme, y con eso ellas se nutren y prosperan y son felices porque además de estar conmigo porque quieren están bien cuidadas y tienen todo lo que necesitan. Qué no hará el gran universo por mí, que soy estupenda y estoy formando parte del cosmos. Pues entonces tengo que ser muy importante para el universo y se tiene que encargar de que no me falte de nada y de que yo esté muy bien y muy feliz aún cuando me esté sintiendo mal, igual que a cada una de mis células no les falta de nada porque se lo proporciona mi propio cuerpo, y yo con mis acciones cotidianas, como comer, beber, o dormir.
Muy lógico, ¿no? «